1.5.12


Bajo las piernas (Piedras) de Ramón Salazar (2002)


de Zoe Islove, el Martes, 30 de junio de 2009 a la(s) 4:28 ·


“Lisboa es rara, Javier. Es una ciudad de la que tengo recuerdos de cosas que no he vivido, pero eso me hace ir despacito, más tranquila, con dos dedos; torpe pero acertando en las letras que quiero dar. Estoy tranquila por fin; al menos ya no siento que me muero por dentro, eso es bueno, ¿no? Y tengo ganas, pequeñas, pero ganas de empezar otra vez y olvidarme de que esta y cualquier ciudad está a veces tan triste como yo;…y notar que estoy cambiando, aunque sólo sea un poco, bueno, si es mucho, mejor. ¿Has visto que egoístas nos volvemos cuando estamos solos? Espero que tu novio el médico tenga cura para el egoísmo, ¿tú crees que nos enamoramos sólo para no estar solos? Yo creo que me he enamorando de un chico, bueno de su cogote, ¡me encanta el cogote de un conductor de tranvía que no conozco![...]Aunque creo que al final los sueños no son más que una excusa, pero una excusa muy gorda; son una excusa para vivir. Por eso a veces también se convierten en la mirada nostálgica de lo que nunca fuimos; ¡qué putada!, Javier: Asumir que nunca serás lo que siempre deseaste, ni esperarlo siquiera, ¡joder!. Deseo, deseo, deseo, deseo… Quiero con todas mis fuerzas ser feliz, y con eso hacer también un poquito felices a los que me rodean, eso es lo que siempre quise. ¡Ay que bien, que bien Lisboa!, Javier... 

La caída




La Caída

de Zoe Islove, el Sábado, 19 de abril de 2008 a la(s) 2:20 ·


Caía tan de prisa que no le daba tiempo ni a respirar. Su pulso estaba acelerado y su mente solo desdibujaba párrafos de lo que había sido su vida que poco a poco iban perdiendo sentido.
La presión del aire golpeaba sus frágiles huesos, convirtiéndolos en pequeñas astillas. El dolor agudo de la inminente muerte comenzaba a apoderarse de él a medida que su cuerpo colisionaba bruscamente contra el pavimento. Primero fueron las piernas, luego el tronco y los brazos y por último el cráneo. Daba igual, ella ya se había marchado hacia algunos minutos.
Su mente seguía fabricando imágenes, recordaba el olor de su pelo, el tacto de su cara, el color inconfundible de su piel. Oía sirenas, gritos de personas a su alrededor; pensaba que haría ella al conocer su decisión.
Ya no pensaba, ya no oía ni olía.
Ni vivía.