La lluvia apaga la vela
que ilumina cálidamente
el costado derecho de tu cara
en está noche fría, de principios de otoño.
Te observo dormir y te creo
un ángel bajado del cielo,
enviado para que mis manos lo cuiden
como a un mágico tesoro.
Y eso es lo que eres, hijo mío,
el tesoro más preciado
que guardo en mi joyero,
el amor más infinito
que alberga mi corazón.
El apego que nace de haber
tenido tu cuerpo dentro del mío
de haber
besado cada centímetro de tu piel
sin pedir nada a cambio.
Cierro los ojos
y sólo quiero verte volar
verte ser quien quieras ser
fluir, vivir, amar.
Y aunque el tiempo en La Tierra
es finito,
y aunque tus extremidades crezcan
y mi piel se arrugue,
continuaré andando a tu lado
hasta que mi llama se agote,
hasta que mi música deje de sonar.
Y me verás volver a sitio de dónde provengo
(de dónde todos provenimos)
y me dirás "hasta luego, mamá"
y lloraré dejar mi cuerpo y mi cometido
de ser tu madre
y te esperaré allí, donde el tiempo ya no es tiempo
para volverte a abrazar con el calor de un amor
eterno.
(Suena la 9º de Beethoven)
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